Archive for julio, 2011
Pues si, he tenido la sorprendente sorpresa de leer en El País un interesantísimo artículo de Norman Birnbaum, catedrático emérito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Titulo como sorprendente sorpresa, tal vez porque en los últimos días, incluido en el que se encuentra este artículo, me había empezado a acostumbrar a que desfilaran significados cargos públicos del PSOE, como el portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Trabajo, Jesús Membrado, o el embajador en misión especial para proyectos en el marco de la integración europea, (será por título), Carlos Carnero, dándolo todo para justificar la asunción de las recetas de la derecha por parte del Gobierno de la Nación.
Aunque puede que se haga un poquito larga esta entrada, creo que merece la pena copiarla íntegramente, y si lo estimais conveniente manifestar vuestras opiniones en este blog. Ya os adelanto que más alla de matices, comparto lo expresado por Norman Birnbaum. Quedo a la espera de vuestros comentarios. Muchas gracias.
”SORPRESAS NADA SORPRENDENTES
La crisis financiera y el desempleo, los miedos y disturbios consiguientes, la disminución general de las expectativas y la airada retirada a una política de gestos son rasgos que caracterizan a las democracias industriales. Las clases dirigentes están especialmente preocupadas, y con razón: su incapacidad colectiva e individual para encontrar soluciones pone en peligro su legitimidad. Los proyectos de reconstrucción a largo plazo exigen, tanto de las élites como de la población, precisamente lo que no tenemos: unas visiones coherentes del pasado, el presente y el futuro. La desorientación e incluso la incredulidad están en todas partes. Parece como si las privaciones y las desgracias que sufren las familias, las comunidades, las regiones y las naciones, desde los desastres climáticos hasta los conflictos económicos y sociales sin solución, fueran unas sorpresas.
Los ciudadanos y las élites de Europa Occidental y Estados Unidos parecen especialmente sorprendidos. Dejemos de lado las inquietudes por el hecho de que los asiáticos están adelantándonos y por la amenaza (ridículamente exagerada) del islam militante. Lo preocupante es la convicción persistente de que, si nos regimos por nuestros propios criterios de democracia igualdad y justicia social, estamos fracasando. Las grandes esperanzas de 1945 son recuerdos amargos. Ha habido victorias importantes, por supuesto. Los derechos de las mujeres han progresado, el espantoso legado del racismo en Estados Unidos está muy debilitado. Pero cada vez es más evidente que los ciudadanos experimentan un furioso alejamiento de las decisiones políticas que, en vez de generar proyectos de cambio institucional, crean un resentimiento contra el sistema.
Entre 1945 y 1970, las clases dirigentes cambiaron de composición social. En Estados Unidos, el fenómeno de Kennedy simbolizó la integración de las oleadas de inmigrantes europeos de finales del siglo XIX y principios del XX. En Europa, la extensión de la enseñanza superior abrió la puerta a los hijos (y, con más lentitud, a las hijas) de las capas medias de la sociedad. Las revueltas estudiantiles de los años sesenta definieron con gran exactitud nuevos límites. No todo el mundo podía ser inspecteur des finances o abogado con un título de Harvard y dedicarse a entrar y salir del Gobierno. Las nuevas élites se comportaron con tanta arrogancia como las viejas. Aceptaban (la doctrina socialcristiana era tan importante como la convicción socialista) asumir la responsabilidad del bienestar de toda la sociedad, pero, ateniéndose a un noblesse oblige modernizado, insistían en que eran ellos los que tenían que actuar en nombre de otros.El arreglo fue eficaz mientras los niveles de vida fueron subiendo y se ampliaron los servicios públicos y las prestaciones sociales al alcance de la población. A las reducciones iniciadas en los años setenta y ochenta se les dio la misma interpretación que a los avances logrados en los cuarenta, los cincuenta y los sesenta, no como resultados de decisiones políticas e institucionales, sino como producto de la naturaleza de la economía y la sociedad. La doctrina de la inevitabilidad sirvió de base a la reanimación de la ideología del mercado. Se le quitó la libertad de elección al país y se puso a la venta la soberanía de Estado. En las décadas de progreso social, hubo pocos experimentos dirigidos a extender la democracia existente en el gobierno nacional y local a los mecanismos de la economía. Las empresas estatales en Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia estaban dirigidas de forma muy similar a unas empresas capitalistas normales, y la planificación nacional se atenía a unos límites muy estrictos. En Estados Unidos, los sindicatos, de gran dimensión e influencia, se aliaron con los empresarios industriales capitalistas para formar sus propios Estados de bienestar. Cuando la producción industrial empezó a declinar, también lo hizo esa versión privatizada de la socialdemocracia.
Además estamos viviendo las consecuencias aplazadas del reaganismo y el thatcherismo, de los compromisos de Mitterrand y Schroeder, de los limitadísimos proyectos de bienestar de Blair y Clinton. Durante los últimos 30 años, la educación cívica, en forma de extensiones del ejercicio cotidiano de la democracia, ha sido mínima. Los partidos socialistas y socialdemócratas europeos se han convertido en grandes grupos de presión o en máquinas de clientelismo. La redacción de programas y el desarrollo de proyectos, a veces de gran nivel intelectual, continúa. Pero la conexión con la historia, a través de las vidas de personas reales, se ha atenuado o incluso desvanecido. Un gran historiador francés, Pierre Nora, se ha dedicado al estudio de la memoria colectiva, precisamente cuando una fragmentación sin precedentes separa a sus conciudadanos de su propio legado. La entusiasta acogida que tienen en Estados Unidos los libros y las películas sobre temas históricos no suele incluir las luchas sociales de las personas corrientes. Nuestro pasado sigue siendo, en gran parte, muy desconocido.
La eliminación de las tradiciones de renovación democrática en los grupos sociales locales es un obstáculo para la aparición de nuevos movimientos de transformación. La vieja clase obrera ha sido sustituida por un amplio espectro de culturas e intereses independientes. Es asombroso que en Estados Unidos, donde en la actualidad no existe ningún potencial socialista, los guardianes de la ortodoxia social vigilen la memoria cultural. Se gasta mucho dinero en justificar la ideología de mercado, pese a la ausencia de una oposición amplia y organizada. Los terratenientes y sus apologistas no acaban de creerse su buena suerte política. Temen el empuje en sentido contrario de una narrativa que no existe más que en recuerdos dispersos, proyectos aislados de renovación y las críticas de una minoría intelectual, y que no tiene una encarnación política. El presidente, que está dispuesto a negociar y ceder parte de las adquisiciones sociales de los últimos 80 años (a partir del New Deal), es el tecnócrata supremo. Acepta la jerarquía establecida del poder y la riqueza. Su calma y su contención enfurecen a sus adversarios, que son demasiado estúpidos para comprender su exquisita defensa del orden actual. Y preocupan a su propio partido, incapaz de desarrollar un nuevo proyecto para el país y obligado a seguir a un presidente al que muchos consideran demasiado despegado del atribulada alma de los demócratas.
Los verdes europeos han modernizado en parte la tradición socialista. Pero están tan empeñados en dominar la rutina política que rechazan muchos elementos del pathos secular del socialismo. Los recientes movimientos de protesta dirigidos por jóvenes son admirables, pero las protestas no van a darnos forzosamente un proyecto más amplio a largo plazo. En las dos orillas del Atlántico, la esfera pública recuerda a un estadio cuyo techo está amenazado por un huracán. El techo está temblando. No sabemos si se va a caer o si va a salir volando. Solo sabemos que algo malo va a pasar. Es sorprendente que nos sorprenda.”
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Con el tradicional tino con el que los empresarios españoles señalan los problemas y las soluciones, el flamante heredero del inolvidable Díez Ferrán señaló en una conferencia organizada por el diario El Economista, que para salir de la crisis eran imprescindibles las siguientes recetas:
a) Acabar con los funcionarios ineficientes. b) Acabar con los parados y paradas que se apuntan al paro “porque si”. c) Acabar con quienes acuden al médico abusivamente. d) Acabar con los estudiantes que suspenden. Imagino que el punto d) de tan aguda ”tormenta de ideas” empresariales, será consecuencia de la profunda reflexión, realizada días antes por el aspirante biológico a la Jefatura del Estado, sobre aquello de que los jóvenes no tienen empleo porque están escasamente formados. Supongo que el marido de Leticia debe considerar que la brillantez académica que le hace merecedor del puesto de trabajo que ocupa, es ajena a lo que para el común de los mortales es un mero intercambio de “nobles” fluidos.
Pero volviendo a la “lección magistral” de Juan Rosell, y siendo el Vicepresidente de la CEOE Arturo Fernández, comisario político de Esperanza Aguirre en la patronal además de su consejero espiritual, no parece arriesgado pensar que tan exhaustivo y certero programa de demandas empresariales, formarán parte de la oferta electoral del PP ante las próximas elecciones generales.
Es tan burda y grosera la argumentación del Presidente de la patronal, que no requiere de esfuerzo alguno para explicar cuales son los objetivos de quienes han generado la crisis para salir de ella. El pueblo griego puede dar fe de ello. Más recortes, menos protección social, menos empleo, y como consecuencia de todo esto, más pobreza para la inmensa mayoría de la sociedad.
Esas son las recetas que lleva aplicando Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, alentada e impulsada por las tomadas por el Gobierno de la Nación, de las que parece quererse hacer ajeno el anterior Vicepresidente del Gobierno y hoy candidato del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba.
Es evidente que cuando una parte de la izquierda asume las políticas de la derecha, ésta se envalentona y emprende brutales ofensivas en beneficio de los intereses de a los que realmente representa, teniendo siempre como consecuencia el debilitamiento y la pérdida de derechos de la mayoría social trabajadora.
No puede haber complejos, la derecha incluso ha pasado de no tenerlos al descaro, por lo tanto converger con todas las personas y colectivos que aspiren a pararlos, defender y desarrollar el Estado del Bienestar, es el objetivo que hemos comenzado con nuestra “Convocatoria Social”, y en el que vamos a poner todo nuestro esfuerzo y generosidad.
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Los últimos días han evidenciado una vez más que el Alcalde Gallardón y la Presidenta Aguirre coinciden en situar las prioridades de sus Gobiernos al margen de los problemas reales que tienen la inmensa mayoría de los madrileños y madrileñas. El inefable Alcalde vuelve a la carga con su anhelado Madrid olímpico, y la Presidenta elimina el Servicio Regional de Empleo.
A nadie se le escapa ya que a Gallardón eso de ser Alcalde no le debe parecer que reune los requisitos necesarios para alimentar su autoestima como el hombre de Estado que cree llevar dentro. Poco parece importarle que la situación económica y social en Madrid y en España tenga poco que ver con la que había en las anteriores intentonas olímpicas.
Que esos mismos bancos que han generado la crisis, que han ”orientado” al Gobierno de la Nación en sus políticas de recortes sociales para salvar sus beneficios, que han recibido fondos del Estado y siguen desahuciando personas de sus viviendas todos los días, estén dispuestos a financiar el sueño olímpico de Gallardón, mientras les niegan el crédito a los autónomos, la pequeña empresa y las familias, generando desempleo y pobreza, es un insulto que sólo conduce a más conflicto social.
Por otra parte, y con la misma preocupación que Gallardón por el más de medio millón de desempleados y desempleadas de esta Comunidad, y de las 70.000 familias que ya ninguno de sus miembros percibe ingreso alguno, Esperanza Aguirre da una vuelta de tuerca más a sus despropósitos y elimina el Servicio Regional de Empleo.
Es sencillamente patético que con la situación laboral de la Comunidad, Aguirre renuncie a impulsar acciones dirigidas al empleo y a actividades formativas y de intermediación en el mercado del trabajo para lograr la inserción de las personas desempleadas en empleos de calidad y facilitar a los empresarios la contratación de trabajadores y trabajadoras con formación y experiencia adecuada a sus necesidades.
Situar como ha hecho la Presidenta, que pesar de eliminar el Servicio Regional se van a mantener sus funciones y supone un ahorro, ni tiene sentido y es una pura contradicción, a no ser que lo que pretenda es la reducción de personal dedicado a la atención de las personas desempleadas y mantener a los directivos políticos del Servicio.
Sólo nos queda que pensar, que la eliminación del Servicio Público Regional de Empleo, fruto del diálogo social, creado con el acuerdo de Administración, Sindicatos y empresarios, y aprobado por unanimidad de todos los Grupos Políticos en la Asamblea de Madrid, no puede tener otro objetivo que suprimir la participación y el control en las políticas de empleo y formación en la Comunidad de Madrid.
Bien es verdad que lo mismo ha pensado Esperanza Aguirre, que no hace falta controlar ni participar de las políticas de empleo que no existen.
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